sábado, 31 de julio de 2010

JOSÉ JOAQUÍN PÉREZ

No puede decirse que Don José Joaquín Pérez fue popular. En el siglo XIX, en Chile, aún no se reunían las condiciones que hacen posible la popularidad civil, a menos que, forzando el alcance sicológico de los sentimientos y en parte del elemento medio que lo trató personalmente. En cambio, se ganó la simpatía del pueblo de Santiago y de algunas provincias, no por su política, sino por sus socarronerías y costumbres campechanas.

El recuerdo de sus salidas y ocurrencias, lindantes en la truhanería, perduró largos años como las siguientes acciones:

1.- LIBERTAD DE PRENSA

Cuando era presidente, una comisión se acercó a pedirle la libertad de prensa, que en el caso concreto de que se trataba, equivalía pedir mayores garantías para la licencia en los periódicos de guerrilla o exploradores del escándalo. Pérez se proveyó de algunos periódicos, en los cuales se le representaba con orejas de burro o sesteando en Chena bajo las higueras, mientras el país se deslizaba por el precipicio. Los sacó de su gabán y mostrándoselos al joven político que presidía la embajada, le dijo: “¿Que mayor libertad de prensa quiere, Señor?"

2.- LIDERAZGO DEL PRESIDENTE

Una manifestación de mujeres se congregó en La Moneda para reclamar una ordenanza de la policía. En vez de hacer despejar, ordenó al Jefe de policía que los soldados abrazasen y besasen a las mujeres, con lo cual la manifestación se disolvió en medio de una alegría general. Durante la guerra con España, un seudo-técnico le propuso destruir la escuadra española que bloqueaba a Valparaíso, con torpedos. “¿Y si se chingan?", le replicó.

3.- LA FORMA DE GOBERNAR

Las vendedoras de duraznos se sentían honradas con que les comprara una media docena y se sentara en los bancos de la Alameda a pelarlos con su navaja y a saborearlos. El historiador Diego Barros Arana había adherido a su candidatura y el mandatario lo sabia. Un buen día lo convidó a comer duraznos de Chena a la hora de once, y mientras paladeaban las frutas, le dijo en tono cariñoso: “Esto es, don Diego, la mejor manera de gobernar a los pueblos”.

viernes, 16 de julio de 2010

CERO RESPETO

Una de las más sangrantes caricaturas políticas publicadas en Chile, fue obra del dibujante Santiago Pulgar. La víctima era nada menos que Pedro Montt, Presidente de Chile entre 1906 y 1910. Para colmo, salió en la revista "La comedia humana"... ¡en primera página!

Pedro Montt era un político muy criticado y tachado de demasiado austero y mañoso. Además, era de temperamento tímido y huraño. Un hombre gris, en definitiva, por más que se destacara su inteligencia (hablaba correctamente inglés y francés). Su esposa era Sara del Campo, una mujer alta e imponente, que se atrevía a ser activa en materias políticas (recordemos que era la primera década del siglo XX, y se esperaba que las damas chilenas fueran recatadas y dejaran las cosas políticas a los hombres).

En los cenáculos políticos, doña Sara del Campo había conocido a un político joven llamado Guillermo Rivera, a la vez liberal y hombre de mundo. Es decir, todo lo contrario que su apagado marido. Guillermo Rivera tenía una residencia en Valparaíso que estaba adornada con pisos de mármol, cuyo origen estaba en la cantera de una isla que era de propiedad suya.

El "correo de las brujas" veía con malicia esta relación, y tachaban al Presidente Montt de cornudo. Lo que hasta el minuto era un mero chismorreo, Santiago Pulgar lo recogió en una incendiaria caricatura. En ella, mostraba a Pedro Montt sentado y tocando el piano, con su pelo blanco y su tez intensamente morena, mientras a su lado Sara del Campo bailaba con Guillermo Rivera.

El diálogo acompañante decía: "PEDRO MONTT: Yo... Yo te pago la piezaaaa, y tú, tú la gozas...". La respuesta fue inmediata y fulminante. La edición de "La comedia humana" fue requisada y la revista misma terminó clausurada después de apenas 56 números (entre 1904 y 1906). En cuanto a Santiago Pulgar, recibió una paliza lo suficientemente contundente como para que, cuando fue puesto en la frontera de Chile con Perú para expulsarlo del país, tuvieran que llevarlo en camilla. Años después, terminaría radicándose en Nueva York...

domingo, 4 de julio de 2010

LA ELECCIÓN DE 1896

El ultimo Presidente electo en el siglo XIX, el liberal Federico Errázuriz Echaurren, encarna gran parte de los vicios y descréditos de la antigua política chilena. Hijo de otro presidente, Federico Errázuriz Zañartú, de zigzagueante y discreta conducción, Federico II era un poco más hábil que su padre y bastante más liberal, en el amplio sentido de la palabra: el presidente elegido en 1896 estaba casado con una bella dama, Gertrudis Echenique, y tenía debilidad por las casas de remolienda. En buen chileno era un “putero”.

De no ser por su parentesco, nunca habría a ocupar la presidencia. El candidato natural de los liberales era el senador y abogado Vicente Reyes Palazuelos, “un símbolo de rectitud personal, profesional y política”. Pero a Reyes Palazuelos le jugaba en contra su desapego en materias religiosas. El clero y por extensión los conservadores, no le perdonaban el comentario lanzado contra una dama que lo increpó un Viernes Santo por no vestir de luto, como era la costumbre de la época. El parlamentario llevándose el índice a los labios y con voz de confidencia habría dicho: “Es que estoy en el secreto, (Jesús) mañana resucita”.

En una convención ampliada de liberales de todos los tintes, suerte de primarias celebradas a principios de 1896, se decidió entre uno y otro. Errázuriz Echaurren en vez de discursear los invitó a todos a comidas y tragos en casas de sobrinas. Les decía: “Si todos somos liberales, ¿para qué hablar de doctrina?". En cambio, Reyes brillante orador político y jurisconsulto, los cohibía con su solemne retórica.

En la primera votación, Errázuriz se impuso a Reyes por apenas dos votos de un total de 280. Pero había dos electores penquistas que se habían abstenido y que se definían como “liberales sin compromiso”. En buenas cuentas le darían su voto a quien pagara más, y éste tenía que ser Errázuriz, pues Reyes jamás lo haría. En toda la campaña había gastado solamente cinco mil pesos, contra el millón que puso Errázuriz para la sola organización de la convención.

Conseguido los votos restantes, y tras el veredicto final del Congreso Pleno, el proceso eleccionario de 1896 fue un mero trámite.