El ministro Antonio Varas en 1858, recibió una oferta de un cliente que se comprometía pagar 50 mil pesos de la época si asumía la defensa de un juicio que se ventilaba en La Serena. Era lo que Varas iba a ganar en ocho años como ministro, lo que habría permitido darle una buena situación a su mujer e hijos. Pero bastó que el Presidente Manuel Montt lo retuviese como ministro para que rechazara la oferta.
En otra oportunidad, el ministro fue invitado al almuerzo de la familia Montt. Todo iba bien hasta que el Presidente se le cayó un tenedor y Varas se agachó para recogérselo. Por el faldón de la levita asomó el pantalón zurcido del ministro. A doña Rosario le había conmovido tanto este hecho, que se lo comentó a su esposo. Nada podía hacer, porque había herido al buen amigo.
Aunque el ministro no sólo tenía costumbres frugales, sino que también la poca importancia que le daba a la comida. Un día su esposa, Irene Herrera, se disculpó afligida porque en el almacén donde se surtían no había encontrado arroz, su plato favorito. "¿De dónde has sacado eso que a mí me gusta tanto el arroz?", le respondió. Su esposa se lo venía sirviendo desde que se casaron, y él alabó el plato, tal vez por cortesía. Pero jamás le hizo una observación, pensando que a ella le gustaba demasiado.
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