Manuel Montt es una persona que tenía como características de ser parco, reservado, enemigo de las ostentaciones, evitaba los discursos. En un banquete insistieron que hablase, y él se negó a hacerlo, pero con un fundamento: "El Presidente de la República sólo puede hablar por decreto". Y volvió a sentarse.
Pero a los 30 años, era magistrado de la Corte Suprema y parlamentario, reparó no sólo que estaba de más para casarse, sino que ni siquiera se dio tiempo para pololear. Se fijó en su prima Rosario Montt Goyenechea.
Había una diferencia de edad entre ellos (él la doblaba, ya que Charito tenía 15 años), pero también de caudales, pues por el apellido materno se ramificaba los Cousiño y los Gallo, dueños de minas de carbón, unos, y de plata, los otros. En aquellos años un matrimonio entre primos, e incluso entre tíos y sobrinas, era bien visto, porque "solidificaba" la familia.
En buenas cuentas, Montt terminó declarándose a la suegra, la que transmitiría el encargo a su hija. La dama quería entrañablemente a Montt, al que llamaba sin reservas "mi negrito", y lo hallaba muy distinto a los frívolos jóvenes que frecuentaban su hogar.
Doña María de la Luz Goyenechea de la Sierra alentó el romance y preparó el camino. Un día, estando él de visita, llamó a su hija que estaba en un patio encumbrando volantines con otros muchachos, diciendole: "Charito, tu primo tiene algo que decirte". Lo que él por timidez no le dijo, se lo agregó ella. Desde ese momento quedaron novios.
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