Ellos no fueron los candidatos, ni participaron en la convención
A mediados de 1910, luego de ser sepultados don Pedro Montt y Elías Fernández Albano - en un año en que Chile tuvo tres presidentes, dos de los cuales murieron en la cargo- (ver aqui) . Se debía realizar elecciones presidenciales, en el cual cada liberal encopetado se consideraba aspirante al sillón presidencial, tanto que llegó a hacerse una lista de... 50 candidatos.
Así que en medio de las alegres fiestas del centenario, que ayudaron a espantar el duelo, vino la convención de la Alianza que elegiría el candidato presidencial, y que, de acuerdo a la baraja electoral, sería el futuro Presidente.
Agustín Edwards Mc-Clure piensa que ha llegado su hora. Pero también Juan Luis Sanfuentes, hábil caudillo que durante 40 años fuera el árbitro de la política chilena, prácticamente todo el período de la República Parlamentaria. Lo curioso es que nunca pronunció un discurso.
En la convención, los liberales proponen a Sanfuentes y los nacionales a Edwards. Aunque en buenas cuentas, los conservadores (llámese nacionales) y los liberales bien poco se diferenciaban entre ellos, salvo que los primeros eran laicos administrados por la iglesia. En cambio, los conservadores iban a misa a las once, los liberales, salvo algunas excepciones, iban a las doce.
Para Edwards, su personalidad representaba un peligro: podía acometer una reforma del régimen oligárquico, modernizándolo peligrosamente. Ya lo había intentado atajar negándole la vicepresidencia.
El juego de Sanfuentes era hacer un pacto con Edwards, de modo de cederse sus fuerzas si uno alcanzaba una ligera mayoría, no la suficiente, para ser proclamado. Pero al mismo tiempo Sanfuentes sellaba una alianza con Javier Ángel Figueroa para destrozar a Edwards. Conseguido esto, habría una recíproca cesión de fuerzas a quien se adelantara.
Edwards comienza ganando, pero un triunfo a lo Pirro, pues no alcanza la mayoría requerida (60%). La votación se estanca, y la candidatura de Agustín muere. Se viene el desquite de Edwards. Al comprobar el ardid, los suyos le dan entonces los votos la radical Enrique Mac-Iver, que preside la convención. Cuando los demócratas también decide darle sus votos al caudillo, se teme que éste pueda ser el vencedor, lo que sería una burla. Desesperadamente, Sanfuentes y Figueroa resuelven levantar a Ramón Barros Luco, que encabezara el levantamiento de 1891.
La nueva opción se empina sobre los 76 años y vaticinan que "no pasa otro invierno", convencidos que al año siguiente vendrá una nueva convención. Sanfuentes aceitará entonces su máquina y llegará a La Moneda. Pero esto sólo lo obtendrá en 1915, (cinco años después y derrotando a quien fue su aliado en esta convención) pues Barros Luco los decepciona y no se muere pronto, faltando al compromiso que se suponía.
En cambio, Edwards queda fuera para siempre. Se le siguen dando embajadas y hasta ministerios, pero la Presidencia jamás.
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