lunes, 7 de septiembre de 2009

EL CONFLICTO DEL BALTIMORE

En los últimos meses de 1891, Chile vivía una situación especial. Recién había terminado la guerra civil y aún se lamentaban las pérdidas. Habían caído más de diez mil chilenos en sólo ocho meses de enfrentamientos y el Presidente José Manuel Balmaceda se había suicidado en la legación argentina. El 19 de septiembre de ese año, asume un nuevo gobierno encabezado por el Almirante Jorge Montt. A menos de un mes, un insólito incidente traería serias consecuencias diplomáticas.

En el primer siglo de vida independiente, el manejo de las relaciones internacionales había acarreado más de algún sobresalto. Teniamos en problemas con países cercanos y lejanos. Repasemos un poco: Guerra con la Confederación Perú- Boliviana; Guerra con España; pérdida de la Patagonia con Argentina; la famosa Guerra del Pacífico; ruptura con el Vaticano; conflicto del salitre con Inglaterra durante el gobierno de Balmaceda… y para ponerle la guindita a la torta, a fines del siglo XIX, una cuasi guerra con Estados Unidos.

El gobierno de Balmaceda había tenido fuertes conflictos con Inglaterra a causa del salitre. Los intentos de Balmaceda por nacionalizar el “oro blanco”, en las garras del empresario inglés John Thomas North, trajeron problemas con el gran imperio europeo. El gobierno chileno contó con el apoyo explícito de Estados Unidos, rival de los ingleses.

Cae Balmaceda y no surge la mejor onda entre el nuevo gobierno de Montt y los Estados Unidos. Eso porque, terminada la guerra civil, muchos notables del régimen anterior buscan asilo en la legación norteamericana (antiguo nombre de la embajada). El gobierno del almirante Montt trata de evitar eso reforzando la sede diplomática con piquetes de policías. El ministro plenipotenciario (actual embajador) Patrick Egan realiza arduas gestiones para obtener salvoconductos para los refugiados. Todo esto se vería entorpecido por un absurdo incidente en Valparaíso.

La noche del 16 de octubre de 1891, marineros del crucero estadounidense Baltimore incursionan en la vida bohemia porteña. Los hombres de mar liberan sus tensiones en tugurios, borracherías, tabernas y casas de huifa. En un local del Arrayán (en Valparaíso), se arma una trifulca descomunal entre los marinos yanquis y cargadores criollos, una pelea de curados guachacas. Interviene la policía y ocurre lo impensado: a un policía o a un estibador se le escapa un tiro. Muere en la reyerta el marino gringo de apellido Riggin. Poco después, en otra mocha en la Avenida San Martín, cae apuñalado otro marino estadounidense, un tal Johnson. Se habla de dieciocho cuchilladas que lo dejan como colador. Además, se cuenta de 20 marineros heridos. Esta noticia no tarda en llegar a Santiago, a la legación americana.

El embajador Egan le cuenta al gobierno de Mr. Benjamín Harrison. El Presidente de Estados Unidos presenta el caso en el Congreso y recibe apoyo “para actuar”. El Ministro de Relaciones Exteriores de Chile, Manuel Antonio Matta, y el representante de nuestro país en Washington, Pedro Montt, protestan por la actitud prepotente de los norteamericanos. Argumentan que “sólo es un hecho policial y que el gobierno de Chile nada tiene que ver”. Pero éste sería solo el comienzo.

Aquí empieza la leyenda de este turbio episodio. El gobierno de Harrison habría exigido las disculpas. Como no las obtuvo, envía a los navíos Yorktown y Boston a aguas chilenas, para reforzar al Baltimore. En nuestra tierra cunde el pánico. El Almirante Montt manda para la casa a Matta y a Pedro Montt. Los reemplaza y llega a un insólito acuerdo, bien “a la chilena”, pauteado por los gringos. Se habría efectuado un acto de desagravio, saludando a la bandera de Estados Unidos con veintiún cañonazos. Aún no queda claro dónde se llevó a cabo esta opereta. Algunos hablan del Fuerte Punta de Angel en Valparaíso y otros, de San Francisco (no de Mostazal, sino el de California). Se dice que después de esta ridícula sobada de lomo, el marino chileno Carlos Peña se quita la vida. Al no aceptar esta burla, hace el saludo militar y se vuela la cabeza de un tiro. ¡De película! Posteriormente, el gobierno chileno pagaría una pensión de 75 mil dólares a los deudos del Baltimore.

Este tumultuoso hecho tiene muchas interpretaciones históricas. Según el gran escritor, periodista, y cronista Joaquín Edwards Bello, no fue ni tanto. Dice que no hubo tal acto de desagravio, ni un solo cañonazo, que el gringo sobrevivió con 18 puñaladas y que nunca existió el tal marino Peña.

Otros aseguran que estábamos “con el tambembe a dos manos” ante el peligro del ataque norteamericano. Los que pagaron con esta trifulca son los pobres asilados, que esperan durante meses los famosos salvoconductos, achoclonados en la legación.

Con independencia de todo lo que se dijo en la época, no deja de ser curioso que un incidente puramente guachaca, y en territorio guachaca, nos haya traído un conflicto de proporciones con la gran potencia del Norte.

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