
Frei entendía que Bernardo Leighton se paseara con Coloma por los pasillos del colegio, “porque en el hermano Bernardo todo gesto de amistad es posible”. Sin embargo, Frei, en su viaje que varios parlamentarios realizaron en 1956 a Estados Unidos, invitados por el Departamento de Estado, “descubrió” a Coloma.
Reconoció que, al comienzo, no le hizo ninguna gracia que uno de sus compañeros de viaje fuera Coloma. En el avión apenas cruzaron un saludo. Pero en Nueva York, en la habitación del hotel, cuando Frei se aprontaba a acostarse, sonó el teléfono. Era Coloma.
“¿Qué vas hacer?”, le preguntó. “Dormir” fue su respuesta. “¿No te gustaría dar una vuelta?”, insistió Coloma.
Frei demoró la respuesta. “¿Qué le puedo contestar a este gallo? ¿Qué se traerá bajo el poncho?”, pensó. Con poco ánimo, contestó: “Bueno, si tú quieres”
Lo que Frei temía no se produjo. Lo que quería Coloma era conversar de todo, menos de política, y particularmente pasearse por Broadway y la Quinta Avenida, conocidos sólo por las películas, fascinantes para un provinciano como él, y que estaban allí, a metros del hotel.
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